Besar con la mente

 

Hoy me acerco a este espacio para recomendaros un libro. Cualquier excusa es buena para quitarle un poco el polvo a este blog, antes de que la carcoma y los hierbajos empiecen a rondarlo como si se tratara de una casa abandonada. Pero baldeos aparte, el libro del que voy a hablaros me ha entusiasmado tanto que no quisiera que ese entusiasmo se contagiara únicamente a las personas que habitan en el perímetro de mi vida, sobre todo porque mi mujer ya lo ha leído y el perro prefiere el ensayo. Me gustaría que se transmitiera mucho más allá, por todo el planeta a ser posible, cual pandemia zombi.
Pero desvelemos ya su título: se trata de la novela Contra el viento del norte, del escritor austríaco Daniel Glattauer, uno de esos fenómenos editoriales de los que quienes vamos de lectores avezados solemos desconfiar. Reconozco que es una novela que jamás habría leído de no darse la feliz circunstancia de que estas navidades el bueno de Santa consideró oportuno dejarme un Kindle en el calcetín de la chimenea. Hasta entonces yo era uno de esos escritores que en las entrevistas aseguraban que preferían el libro de papel al electrónico, para luego soltar un discurso sentimentaloide sobre el tacto, el aroma y demás sensaciones orgánicas que uno experimenta al acunar en las manos uno de esos libros de toda la vida. ¿Me ha hecho cambiar de opinión mi flamante Kindle? Mantengamos el misterio y dejemos la respuesta a esa pregunta para otro post, que bien lo merece. A donde quería llegar es a que el lector electrónico ofrece la posibilidad de descargarte una muestra de cualquier libro antes de comprarlo, un pequeño adelanto que suele contener tres o cuatro capítulos, los suficientes para saber si va a gustarte o no. Eso nos permite realizar el hojeo que uno lleva a cabo en las librerías tumbado cómodamente en la cama en vez de estorbando en un pasillo del Fnac o El Corte Inglés. En resumen, leí aquella muestra con el presuntuoso alzamiento de cejas de quien no va a dejarse engañar por los parabienes publicitarios… y acabé adquiriendo el libro sencillamente porque tras leer aquel avance la posibilidad de no comprarlo había dejado de existir, se había desvanecido de todos los mundos paralelos en los que habito, reproducido hasta el infinito. Había quedado contagiado, y ahora no podía hacer otra cosa que ver cómo evolucionaba la historia de amor epistolar de Leo y Emmi.
Vaya por delante que este puñado de párrafos no pretenden ser una crítica al uso de la novela. Para eso me bastaría una sola línea: Contra el viento del norte es una magnífica novela, ya están tardando en leerla. No, esta entrada pretende explicar el porqué de ese entusiasmo que rara vez te provoca un libro, y cuyas razones a veces no tienen que ver tanto con la calidad intrínseca de la novela como con lo que su temática nos despierta por dentro. La novela de Glattaure narra algo muy habitual en los tiempos que corren, donde la tecnología permite que el amor eclosione de un modo muy distinto a como lo hacía en la época de nuestros padres: la relación que se establece entre dos personas que se enamoran por email. Hoy en día es difícil encontrar a alguien a quien no le haya pasado algo parecido, o que no conozca a algún amigo o compañero involucrado en un idilio electrónico. En la novela, Leo y Emi se tropiezan en el vasto océano del ciberespacio de forma casual, lo cual siempre nos resulta más fascinante porque tras lo fortuito tendemos a intuir la mano de nieve del destino, pero si hubiese sido un acto deliberado, si ambos se hubiesen encontrado en un chat, por ejemplo, el desarrollo de la historia no habría cambiado mucho. Lo importante es que, durante un largo tiempo, ambos se comunican sin saber cómo es el aspecto físico del otro —al principio, ni siquiera conocen la edad o las circunstancias de su vida—, y se enamoran usando lo único que tienen a su alcance: las palabras. Y ahí es a donde quería llegar. Leo y Emmi no se conocen, nunca se han visto, pero desde los primeros email comprenden que han encontrado al amor de su vida, y lo saben por cómo escribe, por cómo el otro baraja las palabras hacinadas en el diccionario para apresar lo que siente en cada momento, hasta su matiz más recóndito. Comienza entonces un juego de seducción donde no cabe nada físico ni palpable, solo la ironía, la inteligencia, el humor, la astucia, el ingenio, la capacidad de reflexión, de conmover al otro, todo eso que solo puede transmitirse con la palabra, porque como Leo afirma en un momento de exaltación, “escribir es besar con la mente”. Y una vez los personajes entablan su peculiar relación, esta empieza a atravesar las fases obligadas, que todo el que haya protagonizado un romance por internet sin duda reconocerá, como la mitificación del otro, de esa persona que no forma parte de nuestra vida y sin embargo, de repente, está ahí, envolviendo nuestra rutina como un aroma, convertida en un excitante misterio que nada puede mancillar porque no se roza contra lo cotidiano, alguien a quien sin quererlo empezamos a retrasmitir nuestra existencia, escondiendo bajo la alfombra los episodios más miserables y ofreciéndole los mejores como un tributo, alguien ante quien podemos dibujar nuestra vida como realmente nos gustaría que fuera, añadiéndole más emoción, limando sus imperfecciones, sublimándola.
Cuando uno acaba Contra el viento del norte, después de haber sido privilegiado testigo del encantador y adictivo dialogo entre Leo y Emi, no puede evitar sentirse repentinamente solo. Y mucho menos puede evitar preguntarse, ante la sensación de veracidad que lo ha embargado mientras leía sus páginas, si realmente el tal Glauttauer ha vivido algo semejante, o sencillamente es uno de esos escritores capaces de hacer magia, o lo que es lo mismo, de hacer literatura.
La novela tiene una segunda parte de hermoso título, Cada siete olas. Al principio, pensé en no leerla para no estropear el buen sabor de boca que me había dejado la primera, acogiéndome de modo casi reflejo al popular dicho de que las segundas partes nunca fueron buenas. Sin embargo, voy a leerla, no solo porque como autor de una trilogía no me gustaría que mis lectores pensaran así, sino porque la opción de no leerla se ha desvanecido de todos los mundos paralelos en los que habito, reproducido hasta el infinito. Necesito saber qué va a ser de Leo y Emi. Lo necesito. Sus malabares con las palabras, su modo de enamorarse, me ha contagiado.

Hoy me acerco a este espacio para recomendaros un libro. Cualquier excusa es buena para quitarle un poco el polvo a este blog, antes de que la carcoma y los hierbajos empiecen a rondarlo como si se tratara de una casa abandonada. Pero baldeos aparte, el libro del que voy a hablaros me ha entusiasmado tanto que no quisiera que ese entusiasmo se contagiara únicamente a las personas que habitan en el perímetro de mi vida, sobre todo porque mi mujer ya lo ha leído y el perro prefiere el ensayo. Me gustaría que se transmitiera mucho más allá, por todo el planeta a ser posible, cual pandemia zombi.

 

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